Itinerantes y mayores
Es
una señora de la Tercera Edad, como las llaman. Sus nietos saben que cumple
años en septiembre y le preguntan cada vez cuántos caen. Hasta hace unos diez
años era capaz de valerse por sí misma. Si pasaba por casa había más ropa planchada de la normal, más comida
preparada, la casa más limpia y la nevera más llena. Su presencia suponía un
desahogo para las hijas, a parte posiblemente de discusiones o peleas sobre la
forma de hacer las cosas en la casa y en la vida. Trabajaba con rapidez y hacía
casi todo sola.
Desde
hace unos cuatro años se notó un poco más torpe para andar, menos rápida cuando
hacía las cosas y tenía más exigencias afectivas. Va frecuentemente a su centro
sanitario a que le hagan una revisión, le administren el sintrón y la tengan vigilada. Está más mayor y cuesta
dejarla porque puede caerse. Le gusta leer y ver muchas horas la televisión,
sobre todo por la tarde.
“El
15 por ciento de los mayores de 65 años vive rotando de casa en casa”, es el
titular de un periódico de tirada nacional. La mayoría del tiempo esta mujer,
mayor de 65 años, puede pasar de una casa a otra o no. Puede simplemente que se
quede con una de sus hijas, que se produzcan discusiones entre los hermanos
para ponerse de acuerdo en qué hacer, porque la mayoría del tiempo esta mujer,
como otras, pasa el tiempo esperando a que sus hijos o sus nietos vengan de
trabajar. No es una historia triste. Es una historia normal. Implica que la
media de los mayores vive en esas condiciones y que si tuvieran la fuerza, las
ganas o la independencia afectiva suficiente, vivirían en otras condiciones o
solos, por elección o por que no tienen otra opción. El medio impone. Las
posibilidades de que un hombre adulto cuide a su madre seis horas diarias son
bastante improbables, las posibilidades de que una mujer adulta cuide a su
madre son un poco más frecuentes, pero también, materialmente imposibles y en
algunos casos hasta innecesario y egoísta por la otra parte. La concentración
por salir adelante no nos permite ese lujo. Según las noticias de los
periódicos producimos, además de otras maravillas, mayores que ya denominamos golondrinas,
sin un sitio en el que quedarse. No es duro imaginarse, ni tampoco ilógico que
a todos nos gusta tener un sitio en el que quedarnos. Pero las cifras siguen
siendo cifras. Cada uno hará lo que pueda, otros ni siquiera eso. Quería
recordármelo.
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