A SALVO


Los derechos humanos no son efectistas, sea cual sea la postura política que quieras tomar.

Hace tiempo tuve una pesadilla, en la que tenía que elegir entre dejar que mis hijos se quedaran en una guerra y sufrieran todo lo que conlleva y con toda probabilidad  murieran, o cruzar en una barca hasta otro lado que no estaba en guerra, pero con la posibilidad de que también pudieran morir en el mar. En la pesadilla no había matices. El hecho de haber nacido en una parte del mundo u otro nos determina y condiciona y por supuesto, prefiero que mis hijos nacieran en esta parte del mundo, porque en cierta medida soy capaz de garantizar ciertos caprichos ligados a nuestra sociedad “moderna”, y no tengo que pensar cada día en su supervivencia, al menos no en ese sentido físico tan inmediato que te obliga a elegir poner en riesgo la vida de tus hijos en una guerra, o poner en riesgo la vida de tus hijos en el mar. 

Si el discurso de parte de la población, que evidentemente quiere garantizar ciertas comodidades, que no la supervivencia misma, es que en esta cuarta parte del territorio del planeta  que vive “bien”, no cabe parte de la población, pues así sea ¿No cabemos?  Habrá entonces que hacer por garantizar los derechos humanos y sobre todo la supervivencia física de las personas. Se trata de si seremos capaces de supervivir nosotros a costa de la vida de otras personas. Así de difícil. Es lo que dicen, de todos los delitos, indiscutiblemente, lo único que lo es  y está fuera de la legalidad, es que haya personas en el mundo que mueran en el mar porque nosotros no les dejemos llegar a tierra.

Son de poca simpatía para mí los curas, pero uno dijo hace poco: “pronto escribiremos esta parte de la historia, y nos avergonzaremos, porque se asemeja al genocidio judío”. Me llamó la atención, porque se crea tanta distancia física y tanta imposibilidad entre lo que pasa a partir de nuestra frontera física, que parece que no está pasando y sobre todo que no nos concierne. Y entonces resulta, que este año estuvimos en Almería y como nosotros, muchas familias de por ahí, y estábamos a pocos kilómetros de lo que más tarde o más temprano será reconocido como un asesinato a gran escala, al que no sabemos, o más bien no queremos poner límite alguno.

Si nos quedamos mirando, inequívocamente, somos cómplices de lo que pasa. “Es que nosotros no podemos hacer nada, no está en nuestras manos”.  O sí. No se puede ser cómplice de mantener multinacionales diversas que explotan por encima de lo que se considera esclavitud, los derechos de las personas (Nestlé, así a bote pronto). Y se puede buscar la relación entre lo que pasa, en otra parte del mundo y que la gente huya de su tierra. No hay que buscarla, ni siquiera. Cuando hay una pérdida de derechos debido a la explotación industrial, la gente ya no vive en una tierra, sobrevive o mal vive, en el mejor de los casos y por eso se va. Y cuando la situación es límite, busca las vías de escape, dónde y cuándo sea.

No se puede ser cómplice de justificar y mantener gobiernos, asentados y cómodos, que no “radicalizan”  sus posturas y  no pasan por encima de intereses particulares,  para hacer lo que hay que hacer: no se puede permitir que la gente muera en el mar, no se puede negar el auxilio o la ayuda a una persona que está a punto de morir porque esta parte de la tierra está “a salvo” y más no cabemos. Es una cuestión moral o ética, o como quieran llamarla, pero simplemente no puede pasar. Y si hay que ponerse “extremo”, sin lugar a dudas elijo el extremo. 

Salvo que ustedes y nosotros pensemos que la vida nuestra y la de nuestros hijos y nuestras supuestas necesidades, están por encima de la vida de otras personas.

Creo que elegí el mar y no sé si hice bien, porque la pesadilla se terminó y cuando me levanté mis hijos y mi hija, estaban durmiendo en su cama y estaban bien. Sólo tuve que acercarme para sentir que estaban a salvo.




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